Hay algo en mí que no me permite, no me autoriza, a no amar a un país como Portugal. Amo a sus gentes, su cultura, sus paisajes. Siempre me sentí a gusto en el país vecino, siempre me sentí maravillosamente acogido por sus espléndidos escritores y siempre me sentí, como español, en deuda con esa admirable nación.
Por paradójica que resulte esta afirmación en boca de un español, creo que la ignorancia por parte de España respecto a Portugal, y también respecto a América Latina, constituyen dos baldones para nuestro país. De ahí que cuando fui editor quise, en la medida de nuestras posibilidades, restituir aquello «que debía», es decir, tratar de contribuir a difundir lo que entendía que era lo mejor de la cultura lusa escrita. Desde los inicios de nuestra labor editorial, en Pre-Textos tuvimos claro que ése debía ser uno de los frentes en que debíamos hacer más hincapié. En nuestro catálogo a Pessoa lo sucedió António Ramos Rosa, a éste Carlos de Oliveira, Al Berto, Jorge de Sena, Eça de Queiroz, Eugénio de Andrade… hasta llegar a nuestro muy admirado Eduardo Lourenço, uno de los pensadores más grandes y genuinos de Europa en la última mitad del siglo xx.
Por desgracia (y me apena mucho decirlo), mi opinión acerca de la importancia de Lourenço en el marco de la cultura europea actual no se vio corroborada por mis paisanos. Valga sólo como botón de muestra que la edición, apoyada por cierto por el benemérito y admirable Instituto Português do Livro e das Bibliotecas, de su Pessoa revisitado. Lectura estructurante del «Drama en gente», libro fundamental donde los haya sobre el gran poeta portugués, no mereció de ninguno de los diarios españoles de tirada nacional, que se vanaglorian, además, de tener secciones de «cultura», cuando no de suplementos de libros, para vergüenza nuestra, más que una reseña firmada por Antonio Sáez Delgado en Babelia. No sin cierta amargura siento la obligación de empezar mi escrito con esta explícita, por otro lado innecesaria, reivindicación de la labor literaria de Eduardo Lourenço, pero me veía éticamente impelido a ello porque soy muy consciente de que los ciudadanos y la cultura de España merecerían, y más en estos momentos de zozobra, mejores y más libres hombres de cultura de los que «disfrutamos» en nuestra prensa especializada.
Ya en su primer libro publicado, Heterodoxia (1947), Eduardo Lourenço dio la medida de su extraordinaria capacidad para el discurso filosófico-vital que mantendría a lo largo de toda su obra. Una mirada que fija su objetivo en lo vivo como actualidad permanente, en esa especie de claridad que viene de muy lejos, porque nuestro autor es consciente de que el arte y la vida no son dos cosas distintas.
Eduardo Lourenço es una persona mítica en el panorama cultural europeo. Sus escritos, que desde una perspectiva ensayística sui generis abarcan innumerables temas, poseen un hilo conductor tan propio y personal que nunca se le pudo catalogar ni integrar en ninguna tendencia o escuela de pensamiento, ni en categoría estética concreta alguna, como puede leerse en la solapa de nuestra edición de Pessoa revisitado.
En dicho revelador libro se enfrenta al desafío de tratar de la obra de un genio sin otra guía que la que le otorga el propio genio del gran poeta portugués. Y lo hace, según sus palabras, casi como un «apóstol», al reconocerse deslumbrado y descubierto por la luz que emana de la obra pessoana; apóstol cuyo deber, de ahí en adelante, consistirá en comunicarla sin olvidar jamás la distancia que de esa luz le separa, la existencia del poema en nosotros y de nosotros, en él. Lourenço viene a decirnos que cuando uno se enfrenta al genio y lo reconoce sin temor, es decir, sin prejuicios ni ideas preconcebidas, se produce un antes y un después en uno mismo, al haber despojado esa «revelación» de su claridad habitual a nuestro espíritu, para enriquecerla con otra que viene de más allá.
Eduardo Lourenço nos dice que el poeta es aquel que eligió tener un ser a través de su lenguaje. Y si la herramienta del literato es el lenguaje y su arte reside en juntar con acierto las palabras, se presupone que el lenguaje pueda decir al ser; o que la Poesía, así, con mayúscula, sea en el fondo el verbo creador del ser. La palabra distingue la singularidad de los individuos, lo cual nada reportaría a la vida si el individuo no supiese armonizarse con la realidad, si no permitiese que la vida le penetrara. La poesía es siempre una incursión sobre lo real.
Pessoa no escribió para vencer nada que pudiera nombrarse, sino para nombrar lo que, visionado, determinó el fabuloso fracaso del que los poemas son el lugar y el signo de una redención sin redentor, según nos señala Lourenço. Es evidente que nuestra realización humana se halla en relación directa con nuestro propio fracaso, y eso es algo que el hombre debería aceptar. Entonces, quizá la poesía esté ahí para señalárnoslo, porque sólo la poesía no es extraña y, si hay extrañeza en la poesía de Pessoa o en cualquier otro poeta de verdad, es una extrañeza objetiva, dado que sus respectivas aventuras tienen dentro de ellas un perfil poco habitual. El poeta, como nos indica Enrique Andrés Ruiz, no ve cómo ponderar para todos nosotros eso que, contra la ley eterna de la naturaleza y contra la ley de hierro de la historia, es único, mortal, individual e irrepetible en una existencia humana y suspira por la perduración: la hermosura intransferible y la vida única que se pierden con ella.
Sé que nadie es imprescindible, pero otorgo un valor impagable a todos aquellos que, reflexionando sobre sí mismos, lo hacen un poco sobre todos nosotros. Sin ánimo además –y esto es importante señalarlo– de tomar nuestro lugar ni suplantarnos. Hablan en nuestro nombre porque antes supieron someter el suyo al escrutinio de un saber que se les reveló incontestable, en el que las particularidades son agentes secundarios y no hay lugar para el coágulo del yo.
En fin, que tanto el poeta como el pensador que subyacen en Eduardo Lourenço han colaborado a ordenar una verdad que han visto y sentido, en este caso a través de Pessoa, a fin de dotarla de una forma perdurable para todos nosotros. Y por ello yo, al menos, le quedaré eternamente agradecido.
*Manuel Borrás, fundador da editora espanhola Pre-Texto.
Texto inédito gentilmente enviado pelo Autor para Ler Eduardo Lourenço.